martes, junio 01, 2010

La luna derramó sobre ella su tinta de plata, el hombre la miró,
sin embargo no se atrevió a acercarse, a tocarla, ni a decir las palabras profundas
que nacen del alma.

Ella se entregó al ritual de la noche, con su túnica blanca,
con sus signos, con sus fuegos.

Sólo una sacerdotiza y una diosa pueden saber de qué conversan.

Gilgamesh caminó lento en la alfombra púrpura,
el brillo de la espada, los latidos del templo, el perfume,
una fuerza misteriosa lo empujaba.

El tiempo era sólo un paisaje eterno.


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